Hace tiempo que no oigo más que malos comentarios sobre la programación de la televisión a todo el mundo. Que no hay más que cotilleo, que no echan buen cine, que maltratan las series… Pero, si esto es realmente cierto, si en realidad la gente está en contra de la programación y la detesta, ¿por qué siguen sin cambiarla?
Seamos realistas. La televisión, como muchos medios de comunicación hoy en día, es un negocio. Y como todo negocio, busca beneficios, ganancias. Por esa razón, las cadenas compiten por ganar audiencia, que es lo que da beneficios. Por ello, emiten los programas, las películas y las series que más audiencia den. Es decir, que aunque nos quejemos, la inmensa mayoría de la población sigue viendo lo que den en la tele. Si no, las audiencias caerían y las cadenas cambiarían la programación.
Sin embargo, aunque la gente vea lo que echen, si que es cierto que algunos estamos en contra de ello. Lo que se supone que debería ser un medio de entretenimiento se está convirtiendo cada vez más en un circo que dan ganas de apagar cada vez que se enciende. Los programas de “corazón”, que antes ocupaban la noche de los sábados han pasado a ocupar cuatro horas diarias. De verdad que no me cabe en la cabeza como alguien (porque habrá alguien) puede ver cuatro horas de semejante telebasura.
Pero lo que más me molesta de todo este asunto son los “espacios informativos”. Si analizamos profundamente uno de esos espacios, nos daremos cuenta de que se da prioridad a una buena historia, especialmente si tiene impacto humano, que a la verdad en sí. Gracias a eso se han dado casos como la historia de la soldado Jessica Lynch, que fue pintada cono una combatiente heroica, y que, como destapó la BBC después, era un montaje. Ahora, la información que se da en la televisión es de segunda. Han quedado atrás los tiempos en los que el periodismo jugó un papel clave en la sociedad, porque al periodista le interesaba informar y a la audiencia ser informada. Por lo tanto, cuando alguien encienda la televisión, que no espere ver un nuevo Watergate, porque en vez de eso se va a encontrar con un reportaje de la nueva cría de oso panda de Cabarceno.
Seamos realistas. La televisión, como muchos medios de comunicación hoy en día, es un negocio. Y como todo negocio, busca beneficios, ganancias. Por esa razón, las cadenas compiten por ganar audiencia, que es lo que da beneficios. Por ello, emiten los programas, las películas y las series que más audiencia den. Es decir, que aunque nos quejemos, la inmensa mayoría de la población sigue viendo lo que den en la tele. Si no, las audiencias caerían y las cadenas cambiarían la programación.
Sin embargo, aunque la gente vea lo que echen, si que es cierto que algunos estamos en contra de ello. Lo que se supone que debería ser un medio de entretenimiento se está convirtiendo cada vez más en un circo que dan ganas de apagar cada vez que se enciende. Los programas de “corazón”, que antes ocupaban la noche de los sábados han pasado a ocupar cuatro horas diarias. De verdad que no me cabe en la cabeza como alguien (porque habrá alguien) puede ver cuatro horas de semejante telebasura.
Pero lo que más me molesta de todo este asunto son los “espacios informativos”. Si analizamos profundamente uno de esos espacios, nos daremos cuenta de que se da prioridad a una buena historia, especialmente si tiene impacto humano, que a la verdad en sí. Gracias a eso se han dado casos como la historia de la soldado Jessica Lynch, que fue pintada cono una combatiente heroica, y que, como destapó la BBC después, era un montaje. Ahora, la información que se da en la televisión es de segunda. Han quedado atrás los tiempos en los que el periodismo jugó un papel clave en la sociedad, porque al periodista le interesaba informar y a la audiencia ser informada. Por lo tanto, cuando alguien encienda la televisión, que no espere ver un nuevo Watergate, porque en vez de eso se va a encontrar con un reportaje de la nueva cría de oso panda de Cabarceno.
Resumiendo, creo que lo que mejor representa el problema de la televisión hoy en día es esta frase del famoso cómico Groucho Marx: “Encuentro la televisión muy educativa. Cada vez que alguien la enciende, me retiro a otra habitación y leo un libro”.