Nos apasiona la comodidad. Nos apasionan las casas con vistas al mar, los coches. Nos apasiona la riqueza y fardamos de ser libres para poder elegir nuestro camino en la vida. Estamos orgullosos de ser suficientemente maduros para tomar decisiones, y luchamos para no caer en el vacío de esta compulsiva sociedad, para no dejarnos vencer por lo que hay de malo en el mundo que nos rodea desde el inicio de nuestra vida. ¿La vida? ¿Acaso es la vida la que nos vence? ¿Acaso hay alguna oportunidad para cambiar nuestra existencia?
La respuesta es, definitivamente, negativa: no podemos cambiar el mundo; antes bien, es el mundo el que nos va cambiando día a día.
Cada año 1500 personas mueren en la carretera a causa de accidentes de tráfico, estos ocurren por diferentes motivos como la velocidad, el alcohol, las condiciones meteorológicas...y el gobierno ha tomado medidas para disminuir esta escalofriante cifra.
Pero, desgraciadamente, muchos de los fallecimientos son debidos a distracciones. La mayor parte de éstas son causadas por el ritmo de vida que estamos obligados a llevar, quehaceres, reuniones, prisas... especialmente en épocas navideñas, puentes y vacaciones. Descuidos que se cobran vidas e inhabilitan eventos esperados como cada fin de año, reuniones familiares o simplemente, el fin de semana con los amigos y seres queridos, dejando que la vida se resuma en un montón de recuerdos.
Por esa razón, la mejor medida que se puede tomar es la precaución, aunque la muerte muchas veces no se puede evitar simplemente siendo precavido. Por otra parte, las carreteras se han convertido en una vía de comunicación necesaria para el día a día de todo aquel que quiera formar parte del siglo XXI. Caminos que nos llevan hacia las familias, amigos, estudios, trabajo... que son imprescindibles para subsistir, haciendo prácticamente obligatorio el consumo de aquello que se ha convertido en una de las grandes fuentes de dinero en los países avanzados: la industria automovilística.
Un gran engranaje del que es prácticamente imposible salir.
Porque, de alguna manera, somos lo que tenemos. Venimos de un lugar placentero, cómodo y resguardado del mundo exterior, arropados por el calor de la madre, donde nada te perturba, y llegamos de golpe a un mundo caótico en el que estamos obligados a luchar desde el principio, a acostumbrarnos a las exigencias de la vida moderna, sin haber conocido otra, ya que, si queremos avanzar en esta sociedad tenemos que aclimatarnos a ella. Tenemos que ser parte de ese consumo colectivo y entrar en un círculo que nos hace esclavos de un ritmo frenético. Sea deseado o no.